En general los medicamentos tienen varios efectos: el efecto terapéutico deseado, por el cual se prescribe un medicamento y puede controlar, curar o aliviar un padecimiento; y el efecto no deseado o reacción adversa al medicamento (RAM), con el cual se presenta una respuesta al fármaco que es perjudicial y no pretendida para la salud del paciente. Un medicamento es seguro cuando está bien indicado y se obtienen los efectos terapéuticos esperados, y el riesgo de reacción adversa es menor.
La relación riesgo-beneficio de los fármacos suele ser complicada, y lamentablemente se han presentado casos donde hemos conocido los resultados de esta relación demasiado tarde. En 1957 la talidomida se comenzó a vender como sedante, posteriormente se le promocionó como remedio eficaz y seguro para los vómitos y el malestar matutino en embarazadas. En 1961 la OMS prohibió su venta, no fueron las mujeres que la consumieron quienes sufrieron las reacciones adversas negativas, sino sus hijos. Se estima que alrededor de 15,000 niños nacieron con focomelia. A raíz de esta tragedia surgió en 1968 un programa internacional de vigilancia farmacéutica (WHO Pilot Research Project for International Drug Monitoring), un mecanismo para recolectar, evaluar y comprender la información de los efectos de los medicamentos para identificar y prevenir daños en la salud de los pacientes. En 1995 México se integró a este esfuerzo a través del Programa Permanente de Farmacovigilancia.
No todos los casos terminan en tragedias mayores, ni todos los medicamentos tienen reacciones adversas tan graves; en ocasiones, basta añadir nuevas advertencias, hacer ajustes de dosis o modificar las indicaciones para que se continúe su uso de manera normal. Para esta tarea de mejorar la seguridad de los medicamentos la farmacovigilancia es una de las herramientas más útiles y de la cual todos somos responsables.
Desafortunadamente, todavía existe un rezago importante en materia de farmacovigilancia; más aún en el ámbito de los servicios dentales, principalmente por desconocimiento o temor a reportar. Ante la duda sobre si ha ocurrido o no una reacción adversa, recuerde que siempre la mejor práctica profesional es presentar una notificación, incluso aunque no disponga de la información completa para establecer una relación de causalidad entre el medicamento y el evento.